Evangelio: Solemnidad Corpus Christi

En Valencia, la fiesta del Corpus Christi es una celebración con siglos de historia, profundamente enraizada en la identidad de nuestra fe y nuestra ciudad. Pero más allá de la belleza de sus procesiones y la riqueza de su simbolismo, esta solemnidad encierra un misterio aún mayor: el Dios que se hace pan, que se deja ver, tocar y adorar.

Compartimos con vosotros el comentario completo del Evangelio para este día, una meditación que nos invita a mirar más allá de las apariencias y descubrir a Cristo vivo entre nosotros:


Corpus
Hablar del Corpus en Valencia es hablar de una procesión solemne en la que destacan los personajes y escenas de los relatos bíblicos de la Historia de la Salvación de los hombres, cuya iniciativa la lleva el corazón misericordioso de Dios. El culmen de las intervenciones divinas para redimir a los hombres fue la entrega de su cuerpo y sangre por parte del Hijo de Dios, Jesús. Por eso, al final de la procesión se muestra la sencilla forma blanca de pan consagrado, guardado o escondido en una custodia monumental de orfebrería.

El Corpus para los discípulos de Jesús debe ser algo más que una experiencia estética y festiva. El Cuerpo de Cristo lo formamos sus discípulos con Él, personas vivas que aman, sufren, anhelan, trabajan y descansan con Jesús. El Cuerpo de Cristo, la Iglesia, continúa en la historia la encarnación del Hijo de Dios. Somos su carne vulnerable, expuesta, indefensa, desarmada. Su pasión, muerte y resurrección continúan en nosotros. Hay que contemplar la forma blanca de pan consagrado en la custodia que lo manifiesta, lo adoramos y lo veneramos, pero hay que contemplarlo también en su Iglesia, en sus hermanos que se entregan por amor.

Un Dios que se puede tocar no parece Dios. En cambio, es el Dios más real que podemos imaginar. Un Dios capaz de encarnación, capaz de hacerse y mostrarse en carne viva y hasta descarnado o desangrado en una cruz. Un Dios que solo puede amar, que solo puede ser amor, destinado a ser amor compartido, amor amado que, para serlo por una verdadera libertad humana, corre el riego de ser amor rechazado. ¡Qué misterio tan admirable!

San Juan de la cruz canta este misterio en un poema: “Qué bien sé yo la fonte…” Canta a la fuente que mana y corre desde el origen sin origen que sería Dios Padre, que muestra su belleza en la creación y también su profundidad abisal que no podemos explicarnos en qué se fundamenta. Decir amor es decirlo todo sin poder comprender ni agotar. Al menos, por la fe sabemos que se nos ha dado “en este vivo pan por darnos vida”. Desde “aquí se está llamando a las criaturas”, aquí acudimos a beber y comer, aquí saciamos nuestra hambre y sed. “Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche”. Sí, aunque sea por la fe, sabemos dónde saciar nuestra sed.

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida” (1Jn 1,1), Jesús, ahora es este pan que llamamos eucaristía y cuerpo de Cristo.


Que esta solemnidad del Corpus nos anime a buscar y adorar a Jesús donde Él verdaderamente se nos da: en la Eucaristía… y en la vida compartida.