Evangelio IV Domingo de Pascua

Pascua, en el Año de Gracia: vocación y misión, conscientes de nuestra fragilidad.

            El Papa Francisco nos dejó con su último lema: “Peregrinos de esperanza”. Los cristianos somos gentes a las que no les ha de faltar la esperanza para reanudar el camino. Toda la vida que nos enseña la liturgia de la Iglesia consiste en ponernos en camino, ya desde el Adviento hacia el tiempo de Navidad, desde ahí hasta su revelación como Siervo e Hijo en su Bautismo, desde el anuncio del Reinado de Dios, la alegre noticia del amor de Dios, desde Galilea hasta Jerusalén, desde el inicio de la Cuaresma hasta la Pascua y, ahora, después de la Octava de Pascua, iniciamos una nueva peregrinación hasta Pentecostés y, con él, iniciaremos de nuevo el tiempo ordinario de la Iglesia hasta la fiesta de Jesucristo rey del universo creado que Él vino a redimir para la comunión con el Padre en el Espíritu, siempre caminando hacia el corazón del Padre de la gran familia de los hijos de Dios, a donde acaba de llegar el Papa Francisco. ¡Siempre en camino!

            Mientras tanto, no dejamos de anunciar el Nombre de Jesús que funda nuestra esperanza. Los jefes de los judíos amenazan a los Apóstoles forzándoles a callar el Nombre de quien había muerto para ellos como maldito y, en cambio, ahora resucitado, se les manifestaba como el Bendito, el Santo, el Señor, Dios mismo en la persona de su Hijo Jesús. ¿Cómo callar si Él es nuestro aliento en el caminar, si Él es nuestro alimento, si Él nos ofrece el bastón, bordón, cruz, en que apoyarnos en los tramos difíciles del camino? Jesús en el evangelio de hoy, sale al encuentro de un grupo de discípulos que habían vuelto a la pesca. Les halla en el mar volviendo sin haber conseguido la pesca que buscaron durante su noche. El discípulo amado lo identifica: “Es el Señor”. Y con este reconocimiento comienza a abrirse su noche al día, con abundantes frutos. Jesús, el Señor, es la luz para nuestras noches y para nuestros caminos.

            Caminar significa levantarse de nuestra postración o de nuestra comodidad, para ver más mundo, o sea, para compartir con la humanidad la luz que puede significar su vida, su esperanza. Tantos seres humanos deben conocer a su Señor, para ser libres de otros señores que se han enseñoreado de este mundo y sus vidas, sufriendo bajo su dominio… Obedecer a Dios antes que a los hombres significará nuestra liberación. Nos libera el amor de Dios manifestado en Jesús. Basta que escuchemos la llamada a su amor y todo comenzará, aurora de nuestros días. “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Con el amor a Jesús y a su Nombre nos llegará la misión: “apacienta mis ovejas”, es decir, cuida de tus hermanos, que son mis hermanos.