10-02-2024. Retiro de la Comunidad de San Lázaro (Valencia) en Carmelitas Descalzas de Serra.

10-02-2024. Retiro de la Comunidad de San Lázaro (Valencia) en
Carmelitas Descalzas de Serra.
Introducción.
1. Partimos de la Polarización social y mundial (hostilidades y deshumanización
en las simples diferencias humanas, que se convierten en divisiones y rupturas).
Polarización llegó a ser la palabra del año 2023.
2. De las colectividades humanas, a lo largo de la historia, hemos pasado a
descubrir y respetar la individualidad de la persona humana. Ahora
necesitamos pasar de la individualidad a la recuperación de la comunidad. De la
pura reclamación de los derechos individuales hemos de pasar al “personalismo
comunitario” (E. Mounier): persona y comunidad. Para ello, seguiremos los
criterios del Papa Francisco que está difundiendo desde La Alegría del
Evangelio (EG) hasta ahora con la Sinodalidad.
1) El tiempo es superior al espacio: iniciar o continuar procesos, no conquistar
espacios;
2) la unidad es superior al conflicto;
3) la realidad prevalece sobre la idea;
y 4) el todo es más que las partes y la mera suma de las partes.
Finalmente, se vinculan esos cuatro criterios con otro tema importante para Francisco,
a saber, el discernimiento existencial, histórico y pastoral.
3. Frente a toda polarización social, la Sinodalidad:
– Caminar juntos, remar juntos
– En una misma dirección o con la visión compartida
– Por un bien común, por todos, pensando no sólo en las mayorías, ni sólo en mí,
sino en algo que pueda ser bueno para las personas, confluyendo en favor de la
persona humana…
4. Escuchar. Previamente, habrá que hablar con tiempo, ante diferencias que han
derivado en divisiones, lo primero es volver a hablar, buscar conversar con el
otro.
Para Escuchar ser capaces de escuchar en el interior antes de hablar, capaces
de escuchar al otro antes de contestar enseguida, dándose tiempo.
5. Conversar en el Espíritu. El Espíritu de Dios promueve la unidad y la armonía,
nos une entre nosotros y con Dios. Nos mueve a participar, mueve a la
comunión y a la misión. Por la unión del género humano como hermanos e
hijos de Dios, Padre.
– Conversar, no escucharse solo a sí mismo, participar en la conversación con otros.
– Preferir y elegir la comunión, en qué podemos comulgar y en qué no podemos, y,
no obstante, buscaremos acercamientos para tratar de unirnos en algo bueno para
cada uno.
– Todo porque nos sentimos responsables unos de otros: misión.
6. Previamente, nos hará falta entrenarnos en la escucha.
– Escucha personal, no meros repetidores de las voces de la sociedad,
cuidado con las que más se nos repiten; luego están mis voces y hasta
ruidos del subconsciente; y luego la voz del Espíritu, de Dios.

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– El objetivo pleno la escucha del Espíritu en conversación con otros.
7. Acompasar los pasos. No importa llegar antes sino llegar todos.
Un ejemplo: Pedro y Juan salen corriendo a comprobar que el sepulcro de Jesús
está vacío. Otro: Carrera de los niños discapacitados en la India

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CAMINOS ALTERNATIVOS que responden a la polarización social
A) La contemplación y la acción como paradoja armonizada en el centro serenos del Ser.
B) La pregunta por el sentido, abierta a la historia, el futuro y la eternidad. Humanamente
nos sostiene la esperanza cabe el Misterio que vivimos, padeciendo nuestro propio
trascender.
C) La vida se lleva en diálogo con Dios, previa escucha de Dios, discernimiento en su
Espíritu, y conversación en el Espíritu. En Sinodalidad.
Veámoslos.
A) La contemplación y la acción como paradoja armonizada en el centro serenos del
Ser.
Contemplación y Acción. “Permanecemos en el centro sereno del Ser, estando, a su
vez, totalmente implicados en la actividad.
Esta ACCIÓN, en muchas ocasiones, precisará ser contundente, firme y enérgica, pero
surgirá siempre desde un TRASFONDO DE QUIETUD.
Luchamos por la paz desde la paz, y no esperando que esta venga a través de nuestra
acción. Contribuimos a que haya más paz a través de nuestras obras, pero dejamos de
fantasear con que habría paz y justicia perfectas si el mundo cambiara, pues nunca habrá paz
ni justicia duraderas en las circunstancias de este mundo.
Actuamos desde la aceptación serena de lo que es, pero sin por ello resignarnos a las
situaciones desfavorables o forzarnos a que nos gusten. Pues aceptar no significa aprobar ni
ser autocomplacientes: se acepta el dolor, pero se emprenden acciones para modificar las
circunstancias que lo ocasionan cuando ello es posible y necesario.
Tenemos una actitud de contentamiento y de ecuanimidad básica ante la vida, pero
participando a la vez, intensamente, en sus alegrías y placeres, y siendo agudamente
conscientes de su dolor.
Si no sentimos dolor al contemplar tantas facetas de este mundo, es que no lo
miramos bien.
Entendemos que el silencio no es la cesación de la palabra, sino su trasfondo. Que es
compatible la quietud interior y la acción diligente; el contentamiento interior y la denuncia; la
serenidad y el enfado enérgico puntual ante una situación que requiera nuestra firme
intervención –lo que no equivale a instalarse en el enfado–, pues hay una «ira que surge sin
ira» (Chuang Tzu).
Advertimos que podemos tener una actitud básica de contemplación desapegada,
sonriente y compasiva, como espectadores maravillados, de la totalidad de lo que es, del
sueño de la existencia, del teatro de la vida, y que, a la vez, nuestro yo fenoménico puede ser
un personaje dentro de esa obra que lucha apasionadamente por cambiar lo que puede ser
cambiado.
Entendemos que podemos iniciar acciones instrumentales orientadas a la consecución
de objetivos concretos –el tipo de acciones que constituyen buena parte de nuestro día a día–
y, simultáneamente, convertir cada momento de dichas acciones en un fin en sí mismo, en un
acto contemplativo, en una ofrenda, si ponemos en nuestras obras, a cada instante, nuestra

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mejor presencia, sabiendo que esto es lo único que nos compete, y permanecemos
desapegados de los resultados de estas y de nuestro «yo hacedor».
Todo esto son paradojas, si bien en ningún caso hay disonancia o incompatibilidad
entre las notas que hacen posible esos acordes.” 1
B) La pregunta por el sentido, abierta a la historia, el futuro y la eternidad.
Humanamente nos sostiene la esperanza cabe el Misterio que vivimos.
J. L. BORGES: En la madurez de la vida surge de una manera más profunda la pregunta por el
sentido de la existencia. Hemos recorrido muchos caminos y fronteras, se han hecho realidad
muchas ilusiones y desilusiones, hemos culminado muchos proyectos y otros están por realizar
o nunca se llevarán a cabo. Hemos visto morir a los padres y amigos, poco a poco nuestro
cuerpo y espíritu se debilitan y experimentamos la conciencia límite del final de esta existencia
terrena. Soy consciente del peso del mal en el mundo y en la historia, no tengo respuestas
para ese enigma, sólo preguntas. He experimentado el silencio de Dios, de la impotencia de
Dios ante la opresión de los pobres y el dolor de los inocentes y víctimas. Sé que Dios no tiene
manos, pero estamos en sus manos, su amor nos envuelve y tengo la conciencia que está en
nosotros y con nosotros. Es una esperanza más allá de toda esperanza.
El pensamiento y el sentido se despierta en nosotros debido a que somos proyectados
en la existencia y tenemos conciencia de ese ser proyectado, con toda nuestra carga vital. Si
nos planteamos la pregunta por el sentido es que somos conscientes de nuestra finitud, somos
ser y tiempo, y nos damos cuenta de que no hay retorno posible, el ser histórico muere, pero
queda esa chispa de esperanza y eternidad que transita por el cuerpo y el espíritu, buscando
esa liberación definitiva. Pero poder preguntar significa poder esperar, incluso la vida eterna
(M. Heidegger)
Vivimos en el tiempo, pero el tiempo no nos pertenece. Nuestra historia se trenza en
una cadena de experiencias, de encuentros, de vida, de esperanzas, de sobresaltos, que nos
van formando nuestra existencia. El tiempo que se vive desde el sentido no se pierde nunca,
supone esfuerzo, pero también da buenos frutos, ilusión y felicidad. Sabemos que los años se
viven para irse definitivamente, no los atesoramos como el oro en una caja fuerte, pero nos
queda una ristra de experiencias que nos sirven para afrontar con una cierta sabiduría el
futuro.
La pregunta por el sentido debe descansar siempre en la espera y en la esperanza,
hacia dónde vamos y nos dirigimos. Ese ser que soy yo se despliega en el sustrato de todo lo
que me acontece, incluso en la fractura de la continuidad de las cosas. En las desilusiones,
frustraciones, enfermedades o la muerte de seres queridos la vida puede reventar el malecón
de la racionalidad, y todo se oscurece en el amargo sabor de lo absurdo. Pero también surgen
luces y, sobre todo, la pregunta: ¿qué sentido tiene esas fracturas y acontecimientos?,
iluminando las entrañas más profundas de nuestra existencia. Nos recordaba E. Fromm “La
esperanza es un estado de ánimo, una forma de ser. Una disposición interna, un intenso estar
listo para actuar”.
Esas dificultades de la vida es lo que nos hace estar pegados a la tierra, apegados al
humus de nuestra humanidad, pero abiertos a una fuerte espiritualidad para captar todo lo
que se nos comunica. Puede que sea necesario ampliar el ámbito de visión: “Un barco no
debería navegar con una sola ancla, ni una vida con una sola esperanza” (Epícteto). Cuando
percibimos el límite, nos damos cuenta de que no somos autosuficientes, de nuestra
naturaleza frágil y del tiempo limitado. Una vez que eliges la esperanza, cualquier cosa es
posible.
1 Fragmento de la colaboración de Mónica Cavallé, “Contemplación y compromiso. Una aproximación
no-dualista”, en el libro: La experiencia contemplativa en la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017)
https://editorialkairos.com/…/la-experiencia-contemplativa.

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Una canción de Leonard Cohen nos recordaba: “Hay una grieta en todo, así es como
entra la luz”. La experiencia del misterio ocurre en el corazón de lo cotidiano, antesala de la
espiritualidad de la vida. Esto nos hace abrirnos a otras realidades que no somos nosotros
mismos, a poder amar, a confiar a dar sentido a todo aquello que la vida nos ofrece. Porque
toda esperanza, supone transcender, es encontrar el sentido de lo que vivimos y esperamos.
El sentido de la vida puede estar en la belleza que podemos saborear en el curso de
nuestra vida. Tiene sentido vivir porque en el mundo hay belleza. La belleza nos alimenta el
anhelo de ir más allá de sí, rebelándose contra los límites de la existencia. La belleza y el arte
es un medio privilegiado para la fusión entre el individuo y el todo, para la unión entre lo
cósmico, lo social y religioso. La belleza es consustancial a la vida y forma parte de la esencia
de lo que somos. Los grandes poetas y pensadores ven una relación profunda entre la belleza y
la espiritualidad, como un cierto aire de familia.
Como nos recuerda mi amigo Miguel Ángel Mesa Bouzas, la espiritualidad impregna
todo lo que somos, todo lo que vivimos, los vínculos que establecemos, el sentido que damos a
cada acto o cada mirada que recibimos o buscamos. No podemos reducir lo espiritual a lo
religioso. Evoca un lazo, un vínculo fundamental con otra realidad que, de modo misterioso, se
da a conocer al ser humano. La espiritualidad en la búsqueda de sentido abarca toda nuestra
vida y las actitudes que tomamos ante ella: el agradecimiento, la amistad, el compromiso, la
caricia, la comunidad, el trabajo, el diálogo, el cuidado, el sufrimiento, la solidaridad, la
inmigración, la fe, el perdón, el silencio, la oración, el misterio o la utopía. La necesidad de
sentido no es de orden material, social, intelectual o emocional, brota de las profundidades de
cada persona, de la última estancia de su castillo interior.
La fuerza espiritual del ser humano, no se conforma con pequeñas respuestas, necesita
saber que se esconde en la tramoya del cosmos. Preguntarse por el sentido de la vida es
adentrarse en el laberinto del misterio, abrazar el silencio y aprender de la sencillez del
mundo. La búsqueda de sentido es acoger todas las cosas como nos vienen, adquiriendo esos
valores que nos ayudan a mejorar y a crecer, a sentirnos mejor con nosotros y con el otro,
solidarizándonos en el dolor, la necesidad o la soledad del prójimo. Para ello es necesario
escuchar y contemplar en el silencio para iluminar con su sabiduría. Desde el silencio sabemos
que la vida se ve plenamente consumada más allá de la muerte. En la noche dichosa, / en
secreto, que nadie me veía / ni yo miraba cosa, / sin otra luz ni guía / sino la que en el corazón
ardía (San Juan de la Cruz). No tenemos certezas, pero es legítimo creerlo y poner todo
nuestro peso en la esperanza, sabemos que el esfuerzo no será en vano.
C) La vida se lleva en diálogo con Dios, previa escucha de Dios, discernimiento en su
Espíritu, y conversación en el Espíritu.
¿Cómo realizar el discernimiento? El discernimiento tiene siempre un contexto orante y busca
la luz del Espíritu, con vistas a la toma de una decisión o dar un paso adelante, según la
voluntad de Dios en mi vida.
1. introducción
En el sentido amplio de la palabra discernimiento, en toda oración estamos tratando de
discernir la voluntad de Dios sobre mí. Por ejemplo, en lectio divina, cuando oramos con la Palabra de
Dios de cada día con su Evangelio, buscamos qué nos dice Dios y cuál es su voluntad sobe nosotros.
En sentido estricto, el discernimiento es un acto de oración específico o un proceso durante un
tiempo, que busca la luz del Espíritu y su fortaleza para poder tomar una decisión, que afecta a la
orientación fundamental de la vida; en momentos de juventud y en otros momentos de adultez que hay
que decidirse por una opción u otra.
Aunque los Santos Padres, en los primeros siglos de la Iglesia, y los Padres del Desierto y el
Monacato de Oriente y Occidente hablan ya del discernimiento o sancta discretio, fue Ignacio de Loyola
quien, mediante sus Ejercicios Espirituales, contemplando la vida de Jesús en los evangelios y con
criterios de discernimiento y ejercicios prácticos ayudó a la Iglesia en el discernimiento vocacional y
aceptación de la misión que Dios encomienda a cada persona.

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Aunque las circunstancias y las motivaciones por las que necesitamos de discernimiento varias
y distintas, la oración y la escucha serán unas constantes. Porque es en la oración escuchante como nos
abrimos y nos disponemos a escuchar con atención lo que Dios nos pueda decir mediante su Palabra y
las preguntas, dudas o anhelos del hombre que claman al cielo.
Dios, el Espíritu de Jesús resucitado, el Espíritu Santo, está presente y activo en cada persona o
en cada comunidad, en cada situación o en cada momento de su vida.
Lo primero es tener claro o tomar conciencia clara de aquello a lo que hemos venido: venimos a
cumplir nuestra “primera intención”: amar a Dios. “Padre nuestro, Padre amado, santificado sea tu
Nombre; venga tu Reino, tu reinar entre los hombres; hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”.
Esta es la oración que Jesucristo vive no sólo en sus actos, sino también en su persona. Con estas
conocidas palabras iniciales, nos ponemos a disposición de discernir su Voluntad.
Teniendo claro a qué hemos venido, a continuación, invocamos la ayuda de su Santo Espíritu, el
don del discernimiento (sancta discretio) o sabiduría:
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor,
Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra.
Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo. Haznos
dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
***

Necesitaremos ejercitarnos en el discernimiento personal y comunitario.
2. Comencemos por el discernimiento personal:
Paso primero
1) En presencia de Dios, invocando el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús y su Evangelio,
el Espíritu que alienta en la Iglesia y en la creación, el Espíritu que nos habita en nuestro más
profundo centro…,
2) Pasamos a proclamarnos su Palabra, si es que hacemos lectura continuada, o,
presupuesta la Palabra de Dios y la tradición y magisterio de la Iglesia, pasamos a presentarle
nuestra pregunta, nuestro momento, circunstancias, preocupación o duda.
3) Y esperamos en silencio, centrados en la tensión entre lo escuchado como viniendo
de Dios y lo planteado o cuestionado viniendo de mí.
4) Desde la luz de la fe recibida de la Iglesia, y contando con toda mi realidad personal
y circunstancial, hacia dónde se inclina más bien nuestro corazón. Lo presentamos a Dios y
nos abrimos a su luz. Lo más probable es que ante Dios no nos permitamos engañarnos y
podremos tomar una buena decisión en su Espíritu. Hay que confiar.
Paso segundo:
1) Aún hemos de darnos tiempo para examinar de nuevo si aquello hacia lo que nos
inclinamos, en principio, es de Dios o es mi deseo o mi gusto o mi inclinación.
2) Aquello a lo que me inclino ¿será porque por mi historia o mi inconsciente me lo
recuerda o me presiona o me tienta? ¿o será porque mis circunstancias, mi entorno, la cultura
ambiente me lo recuerda, me presiona y me tienta?
3) Después de darnos tiempo ante Dios, reanudamos la invocación a su Espíritu y
tratamos de escuchar sus mociones o luces, me pregunto ahora hacia dónde siento que el
Espíritu me mueve más, en qué opción me siento respirar mejor o siento mayor paz, o es más
coherente con mi vida y personalidad valiosa y digna, siempre, para Dios.
Paso tercero
1) Seguimos discerniendo desde otra óptica: ¿qué es lo me ayudaría más a crecer en
mi fecundidad, en mi capacidad de entrega a Dios y mis hermanos?
Volvemos al primer momento en que teníamos claro que habíamos venido a la
escucha orante y lo que nos motivaba era: Venga tu Reino, hágase tu Voluntad. Porque ya sea
en las cosas grandes o en aquellas mundanas de la vida cotidiana, cuando el Espíritu Santo
recita la oración del Señor en nosotros, nuestro discernimiento se somete a la soberanía de
Dios, se anuncia el Reino y se santifica el nombre de Dios en Cristo.

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2) Con el tiempo, con la plegaria, con la Palabra y con las luces o mociones interiores
del Espíritu, habremos discernido hacia dónde se inclina más bien mi decisión. Si ésta se nos
impone con claridad debemos pedir aún fortaleza al Espíritu para animarnos y arriesgar en la
decisión, tomarla y avanzar. Hemos de confiar en que Dios nos proveerá en la decisión tomada
para bien nuestro y de nuestros hermanos.
Por si no fuera así, aún le pediremos a Dios que, si la orientación que toma nuestra
vida no es según su voluntad, nos lo haga ver pronto, dispuestos a corregirnos o pedir su
perdón. Pero en principio debemos confiar que si ha sido fruto de nuestra búsqueda sincera y
orante ante su presencia, nuestra toma de decisión será acertada.
A veces continuamos con la pregunta o vuelve la duda o no llegamos a tomar decisión.
Hay que volver de nuevo a un tiempo de oración y escucha. Está alargándose más de lo debido
porque me siento paralizado o bloqueado, pidamos ayuda a un maestro espiritual. O si se trata
de otros bloqueos psicológicos ayudarse por un profesional
***

3. El discernimiento comunitario,
En el presente “Sínodo sobre la sinodalidad”, del Octubre del 2023 hasta el 2024, viene
llamándose el discernimiento comunitario “conversación espiritual” o “conversación en el
Espíritu”. En el presente Sínodo se han ejercitado en ella en los grupos pequeños de 12 y en la
Asamblea sinodal con presencia del Papa. Estos podrían ser los pasos de la Conversación en el
Espíritu:
 Presentación del tema sobre el que conversar.
 Escucha de la Palabra de Dios que nos puede guiar o centrar nuestra búsqueda
 Silencio, oración, preparando mi intervención
 Cada uno va tomando la palabra, y escucha atentamente la contribución de los otros,
de un modo pausado con silencios o meditación: qué me dice el Espíritu en lo
escuchado, qué me resonaba más, o qué encontraba en mí mayor resistencia.
 Dialogamos juntos a partir de lo que va surgiendo con vistas a discernir y recoger los
frutos de la conversación en el Espíritu.
 Reconocemos intuiciones, convergencias, discordancias, nuevas preguntas… Importa
que todos puedan sentirse representados en el resultado. “A qué pasos nos llama el
Espíritu a dar juntos, con vistas a la misión evangelizadora”. Por último, la oración de
Agradecimiento. 2