Navidad, en tiempos de guerras y conflictos sociales, un signo

Navidad, en tiempos de guerras y conflictos sociales, un signo

Desde la historia que hace y padece el ser humano por su libertad, se ha dado de bruces con injusticias y muertes, pero también con generosidad y belleza de la vida. Hay momentos que todo parece inundado por la injusticia y la opresión y, entonces, clamamos al Cielo que contemplamos superior a sus fuerzas. De las religiones y sabidurías nos vienen formas de aclimatarnos a lo que nos sucede en la tierra. Aunque, de vez en cuando, vuelve el grito, porque las cosas no deberían ser como son, el ser humano se merece algo diferente de lo que se nos impone.

Cuando Dios en la revelación de Sí, testimoniada en la historia bíblica, se muestra a los humanos como Dios comprometido con ellos (Alianza) y como Dios Redentor de lo humano, vino un lenguaje muy esperanzador, por parte de los profetas. Era la imaginación utópica del ser humano y era la promesa de Dios a la humanidad: no nos creó para el fracaso. En adviento, Isaías ha ido expresando esta utopía y promesa: “De las espadas forjarían arados; de las lanzas podaderas…; no se adiestrarán para la guerra…, caminemos a la luz del Señor”.  “Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé [un Mesías]… “¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite… Viene en persona y os salvará”.

Después de la experiencia trágica de los siglos XIX y XX, sabemos que, desde el poder, conseguido por revoluciones o aun por votaciones, se quiso imponer desde el poder la realización de las utopías humanas, para un nuevo futuro supuestamente mejor, cayendo en un presente peor. Las utopías se transmutaron hoy en ideologías, fortalecidas en nombre de supuestos derechos. La ideología dominante es el derecho a todos los derechos del individuo o de la nación. Y esto, por exigencia del respeto a las diferencias: liberalismo, relativismo e individualismo absolutos, que rompen la capacidad de alianza entre los seres humanos. ¿Cuál es nuestro mensaje para esta Navidad?

Lo que soñáis y esperáis es cierto, la justicia y la paz, la verdad y el bien, la belleza y el amor, vendrán y vencerán. Pero nos lo advirtió Balaam estos días: “Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto; avanza una estrella de Jacob…” (Núm 24,17). ¿Por qué no es ahora? Porque esa victoria no nos pertenece, no podemos tanto. Es de Dios y su amor misericordioso. Pero no faltan signos en nuestra historia, que anticipan la victoria del bien sobre el mal; son muchos, aunque no salgan en los noticiarios.

Ahora los cristianos ofrecemos un signo siempre actual: La Virgen está encinta y dará a luz un hijo, le pondrán por nombre Jesús, y la señal es esta: lo encontraréis recostado en un pesebre. Este signo, que culmina en la resurrección de Jesús, funda nuestra resistencia en fe, esperanza y amor fraterno, mientras hacemos frente a la insolidaridad humana en medio de las crisis económicas, sanitarias, climáticas, bélicas o de la naturaleza, finita en evolución. Si Dios se hace humano, lo humano, por roto que lo veamos, encontrará en Él redención y liberación.

 

En el tiempo de Navidad comienza un año nuevo civil

Mientras los cristianos ya llevamos semanas con el nuevo año litúrgico, en el tiempo de la Navidad, la sociedad civil, nuestros conciudadanos y nosotros, comenzamos un nuevo año civil con el 1 de Enero. Todo comienzo, desde la antigüedad, era celebrado con “ritos de paso” y de regeneración, identificándose con las energías sobrenaturales de los dioses y la naturaleza. Así conocemos distintos ritos y fiestas de “año viejo” que muere o se quema, y de “año nuevo” que comienza y renace con nuevas energías. Todas estas celebraciones, que no ignoraban la conexión de los humano con lo divino, concebido como trascendente a la creación o inmanente a la naturaleza, ahora se desconectan de lo sagrado, y se encomiendan al consumismo y a la fiesta asociada con comidas y bebidas y sustancias, que nos hagan olvidar la dureza de la vida o las frustraciones de los deseos. Luego queda todo el día 1 de enero para la resaca, y salir un poco más despejados para la normalidad del 2 de enero, más cotidiana o prosaica.

Para nosotros los cristianos, la Navidad funda la mayor esperanza y el mayor amor, porque celebramos el nacimiento de un niño en un pesebre, como milagro de un Dios que nos pide el amor de hijos y de hermanos. A ver si mirando a este niño nos enternecemos y consigue Dios unas gotas de amor de nuestra parte. Y con el niño, la mirada de una madre, María, y la colaboración de un padre, José, que comprenden que el niño debe tener que ver con el gran misterio de un Dios fiel a sus criaturas humanas. Esta celebración navideña culminará con el bajar de este niño crecido y adulto a las aguas del Jordán para recibir el bautismo de Juan el Bautista, en solidaridad con todos los necesitados de purificación y conversión, todos los que se reconocen pecadores o necesitados de un nuevo nacimiento.

¡Cuidado, entonces, cristianos! No tiene el mismo sentido la celebración de la Noche Buena que la de la Noche Vieja. Incluso en cierto modo se contradicen. Sólo por solidarizarnos con la sociedad civil podemos alegrarnos con todos los ciudadanos de tener un nuevo tiempo, nueva oportunidad, para enderezar y encaminar mejor las relaciones humanas en nuestra sociedad. No hay nada de mágico en el paso del año. Puedes irte a dormir a la hora habitual o a las doce menos diez y no te pasará nada malo; al revés, puede que hasta descanses mejor. Pero si por compartir amistades o familia decides pasarlo en fiesta ¡cuidado! Tu fe es cristiana, no es pagana, no son dioses paganos ni naturaleza sacralizada a los que te encomiendas con tus bailes, sustancias o bebidas alucinógenas. ¡Cuidado! No creas que vas a nacer de nuevo, saldrás tan viejo o un poco más que el día anterior.

Para nacer de nuevo es mejor el camino de 1) LA ATENCIÓN a tu dignidad y a la realidad que incluye la dignidad de tus hermanos. 2) El ASOMBRO por el milagro de la vida humana destinada a trascender el tiempo y los años por ser eterna con Dios. 3) EL AGRADECIMIENTO a Dios, el Señor y dador de la vida y del tiempo y eternidad, porque sólo desde Él, de cuya naturaleza de amor y libertad nacimos y somos, sólo desde Él podremos nacer de nuevo. 4) LA ALEGRÍA verdadera, la verdadera alegría interior de estar en casa, en familia, la de Dios. 5) EL AMOR, porque el amor es todo lo que somos y deseamos. Sólo Dios basta.