Retiro Espiritual San Lázaro 15-01-2023

Retomamos el guion de la meditación del retiro anterior del mes pasado,

sobre El arte de la vida sana:

En Noviembre nos introdujimos en libro de Fabio Rosini, El arte de la vida sana. La hemorroísa del Evangelio y el sendero de la sanación.

En el retiro del mes de Diciembre, dimos ya un gran vistazo a la primera parte del libro dedicada al diagnóstico. Para asimilar los contenidos hicimos una síntesis y un guion de lectura o análisis.

En Enero, debíamos asimilar lo dado. Para ello, en un primer momento, retomamos el guion para facilitar los pasos y poderlos trabajar. Y al final, ya avanzamos hacia la sanación que nos aporta Jesús.

 

Como veníamos diciendo…

 

  • ¿Estaremos detenidos en el umbral del paso a adultos, a merced de una necesidad de satisfacción permanente que, a veces, llega a ser tiránica; atrapados?
  • Las heridas íntimas de la afectividad son profundas y están dentro, ocultas… Suelen tener que ver con el rechazo íntimo de tu forma de ser y la respuesta es adentrarse en la aceptación de sí mismo y pasar de habitar en la casa de los miedos a la casa de la confianza (H. Nouwen).

1.- Sintomatología. ¿Mis síntomas?

Los síntomas ayudan y mucho a detectar la enfermedad. La enfermedad es el problema. ¿Por qué reacciono así? “Abrirse o cerrarse al amor” es el problema. La mayoría de los síntomas son ejemplos de “dolencias de amor”. ¿Dónde nuestro amor sangra, se cierra, se atasca, se desvanece?

2.- Patología. La enfermedad: los miedos. ¿Mis miedos?

Y detrás de los miedos pueden venir una huida hacia adelante hasta llegar a los llamados pecados capitales, advirtiéndonos de hasta dónde podemos llegar por compensar los miedos. Como escapadas que no resuelven sino complican el problema del miedo radical.

3.- Identificar al agente patógeno: una experiencia negativa anterior. ¿Experiencias anteriores que se me han quedado fijadas, provocándome convicciones que son mentira?

Una experiencia negativa anterior ha quedado fijada en el subconsciente y me sigue mandando alertas con el sentimiento del miedo.

El miedo, sea cual sea, no es todavía el origen del fenómeno. También es consecuencia. Tiene su historia en el modo como se ha estructurado mi personalidad desde pequeño.

4.- Creencias limitantes. Los miedos malos, destructivos, son expresión de una convicción que va a ser mentira.

Son mis creencias limitantes. Todo comienza con un engaño ante una limitación (ver Gn 3, la serpiente astuta engaña ante la limitación de comer de un árbol). ¿Cómo? a) Una lectura distorsionada de las limitaciones. b) La aceptación de la mentira de forma concreta, al ver que es deseable, apetecible el sobrepasar la limitación. c) Al final, el comienzo del miedo y de la vergüenza.

5.- ¿Cómo es posible esto? O ¿cómo caímos en ese engaño?

¿Soy consciente del misterio de la libertad humana finita y del misterio del mal que, en definitiva, es el misterio de la Creación, o todo debe tener explicación?

El caldo de cultivo de esas mentiras es el pensamiento triste. Estos pensamientos autodestructivos o eufóricos están en el contexto mental de la tristeza autocompasiva.[1]

La mentira que adopta muchas formas, pero siempre la misma, es: estás mal hecho, no vales, no valgo, desprecio de uno mismo. (Decía Bernanos: odiarse es fácil). O: debías ser otro, debes convertirte en otro, estás incompleto, inconcluso, te falta ser como dios. Hasta aquí quería llevarnos la serpiente mentirosa, a la vergüenza de ser quien se es.

6.- Terapias nocivas. “Había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado toda su fortuna”.

La lista de estrategias resolutivas que, en realidad, no resuelven sino complican las cosas, se haría infinita. Son tentaciones, y Jesús superó estas tentaciones.

En el ámbito afectivo, las tres tentaciones, descritas en los evangelios, son: la hedonista, la posesiva y la idealista-narcisista.

7.- Hay que sentir santa ira contra este mecanismo del “seréis como dioses”, o santo orgullo por nuestra dignidad nunca perdida, o santa antipatía por la mentira que nos habla como la serpiente tentadora y seductora.

Para sanar necesitamos de un deseo que nos otorga el Espíritu Santo: el deseo de no ser ya esclavos sino libres, de no estar ya engañados, de vivir en verdad, o sea, en nuestros límites de “criaturas”, y a mucha honra; porque somos criaturas humanas llamadas a ser “hijos”, con Padre, con casa, hogar, familia humana y divina a la vez (Santa Familia), con derechos propios de los herederos, con obligaciones solo propias de los que se aman.

Ya basta de olvidar nuestra identidad en busca de otras que nos engañan: seréis como dioses, serás como esta o aquella otra persona, y así seguimos. (Julien Green, Si yo fuera usted…, Destino, 1989).

Hay que decir no, ya no más. Y nunca será tarde para Dios. Para eso nos ha ofrecido a Jesús y los relatos de su Evangelio. Con él, con sus palabras y su presencia puede comenzar la sanación, la aceptación de sí y la confianza.

***

En un segundo momento, intentamos ya entrar en la Segunda Parte del libro dedicada a La Sanación, comenzando por el “escuchar”.

Al oír hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado (Mc 5,27-29).

¿Dónde comienza todo? “Al oír hablar de Jesús…” tras doce años de enfermedad, desastres terapéuticos, pérdida de sus bienes, pero “al oír hablar de Jesús”, se le abre una nueva esperanza, verdaderamente nueva, ya no en línea con las estrategias anteriores. La enfermedad tenía que ver con lo más íntimo de la mujer y comienza a sanar por el oído, por la escucha de la palabra sanadora.

Desde el comienzo la Biblia nos dice que tanto la Creación como la Historia de la salvación se hizo y se hace por la Palabra de Dios. No es de Dios sino del mal o maligno que se nos haya colado la mentira, ese mundo paralelo que constatamos del poder del mal, y en su origen esa libertad humana que se engaña cuando se proyecta omnipotente por encima de todo y de todos, se proyecta en lo que los humanos imaginan que es ser como dios, determinando la realidad, el bien y el mal.

Cualquier desastre humano comienza a tener salida con la palabra, escucharnos unos a otros, es el signo más propio y característico de lo humano.

Escucha Israel, El Señor nuestro Dios es el único Señor: Amarás al Señor tu Dios… (el Shemá Israel).

Escucha hijo, inclina el oído de tu corazón… (S. Benito a sus monjes).

Este es mi Hijo amado, escuchadle (evangelios)

Si el Señor desea poner su ley en nuestro corazón (Jer 31,33), habrá que escuchar también dentro de nosotros.

Los discípulos caminando con Jesús hacia la aldea de Emaús, oían hablar a Jesús, pero algo cegaba para que no pudieran acoger sus palabras, sólo después de reconocerlo al partir el pan dirán, no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba del testimonio de las Escrituras… (Lc 24).

Sin escuchar desde el corazón parto de lo que ya me sé, de los hechos sin sentido, falta la palabra sanadora. Al escuchar algo nuevo “sobre Jesús”, la mujer que sufría de hemorragias pensó que debía buscar algún contacto con ese Jesús. ¿Qué le llegaría para que acudiera a él, como a su salvación? No sería un médico más pues de eso ya tenía sobrada experiencia. De Jesús escucharía algo así como que en él le iba la vida, porque él era la Vida, llevaba consigo la llegada del Reino de Dios que iba a colmar las esperanzas humanas.

Si en nuestro mundo no se ha dejado de hablar de Jesús, si en los círculos eclesiales no se ha dejado de hablar de Jesús, Cómo se estará hablando de Jesús que no despertamos tan gran esperanza y atracción para acudir a él, aunque sea sólo por tocarle.

Más que saber o enseñar de Jesús, es el modo de hablar de él lo que cuenta, si hablamos de él como nuestro personal y concreto amor, el amante/amado al que acudimos, el mayor amor conocido y nuestra mejor esperanza, a dónde ir si no.

¿Quién nos habló así de Jesús?

Si en la primera parte de nuestro viaje a la sanación nos hicimos preguntas para acertar en el diagnóstico, en esta segunda parte merece la pena que comencemos por hacernos esta pregunta:

¿Hubo alguien o varias personas, que en determinados momentos de nuestra vida, nos habló de Jesús de tal modo que nuestra alma se sintió sacudida, tocada, iluminada y nuestra vida se puso en movimiento?

Puede que ya existieran semillas sembradas en nuestro corazón con anterioridad, pero alguien las fecundó para dar su fruto, identificando o reconociendo lo ya recibido. Puede que lo escuchado contrastara con mi vida y fue un descubrimiento, una posibilidad abierta y contemplada como regalo.

A poco que no seamos de los inmunizados contra el cristianismo, y aun a estos les puede suceder, habrá momentos de la vida que nos alcanzó la palabra que necesitábamos escuchar. Es importante recodar ahora cuándo la gracia tocó nuestro corazón, de modo que se abriera de par en par la puerta de la luz en nuestro interior, y comenzamos a restablecernos y de nuevo emprender a caminar. Cómo y cuándo el Espíritu Santo, por medio de una palabra o acontecimiento significativo que nos alcanzaba en el encuentro con cierta persona o algunas personas, me hizo renacer a la vida y al amor.

Esta es la parte personal subjetiva de nuestro haber oído hablar de Jesús, la que nos afectó sobremanera. Pero hay también una parte objetiva del hablar sobre Jesús, deudora de la predicación apostólica y la tradición de la Iglesia. La meditaremos en el próximo retiro de Febrero.

[1] “Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio» [G. Bernanos]. Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. Por todo esto, me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” (EG 83).